sábado, 26 de septiembre de 2009

Cuentame un cuento

Erase una vez: esta es la formula con la que comienzan casi todos los cuentos que cuando eramos niños nos han fascinado, nos han atrapado y han hecho que nuestras imaginaciones volasen.Esos cuentos con los que hemos crecido.

Escuchados nos mostraban un mundo lleno de princesas, príncipes, hadas, brujas, enanos´, animales parlantes y magia. Un mundo en el que soñábamos vivir y en el que creíamos estar creciendo, en el que todos los finales eran felices y no había lugar para la tristeza, para el rencor,la soledad, el odio, el dolor o la nostalgia.

Esos lugares solían ser siempre países muy, muy lejanos en los que no tenía cabida el mal, la malicia, la avaricia, el egoísmo, la mentira o la venganza, ya que estos siempre eran derrotados en beneficio del bien, de la bondad y de la pureza de unas cuantas almas. ¿Quién no se imagino un futuro en su castillo, junto a su príncipe azul?¿Quién no creyó que su lucha contra el mal no sería demasiado ardua? ¿Quién no pensó que todo sería idílico, feliz y especial? Es por esto por lo que se dice que la infancia es la etapa más feliz, o al menos debería serlo, ya que no hay consciencia, ni un atisbo de conocimiento acerca de lo hiriente o doloroso, de lo problemático o inquietante.

El problema se encuentra en el momento en que empieza a haber una cierta consciencia acerca de que aquello que nos rodea no es tan feliz, idílico, especial, alegre y perfecto como siempre habíamos imaginado y como habíamos escuchado en cientos de cuentos que con tanta atención habíamos escuchado y admirado con una sonrisa surcando nuestros rostros y con la inocencia reinante.

El problema se encuentra en el momento en que nos levantamos para entrar de lleno en la vida y nos golpeamos una y otra vez incansablemente contra situaciones o personas que no creíamos podrían existir, y en un principio esperamos pensando que el final feliz que tanto habíamos leído llegaría de un momento a otro.

Es en estos momentos cuando comienzas a preguntarte dónde esta ese mundo que en tantas ocasiones y con tanto apremio e interés leíste. Dónde está la gente que aquellos cuentos relataban como puros de alma y mente, aquella gente que no actúa con malicia, ni con afán de hacer daño o herir. Te preguntas incesantemente, con la incomprensión en cada una de las lágrimas que recorren tu rostro sin descanso. Y piensas que ese país tan, tan lejano está aún más lejos de lo que nunca pudiste imaginar, porque no encuentras ni un atisbo de lo que sobre él leíste en el mundo real.

El gran problema llega en el momento en que desearías poder creer aquellos cuentos que un día escuchaste, leíste e imaginaste.

Desearías poder creerlos por el desencanto que el mundo real ha creado en ti.

Desearías poder creerlos para evadirte del mundo real.

Desearías poder creerlos por la esperanza de que aún quede algo de esa bondad y esa magia en este mundo real.

Desearías poder creerlos por el mero hecho de creer.

Por todo esto, llevo un tiempo pidiendo que me cuenten un cuento que hoy en día, después de todo, pueda creer.

Esteé

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