martes, 21 de septiembre de 2010

Gritos ahogados

En este mismo instante me asaltan miles de dudas acerca de si mi conciencia, mi sentido común, mi capacidad de raciocinio, mi lógica y mi propia personalidad me permitirán seguir caminando por un mundo que parece, va perdiendo todas estas características a través de las acciones de "gente" deshumanizada y cuyos valores y principios morales no merecen, ni tan siquiera, recibir dicho nombre.

Aptitudes tan necesarias como la buena voluntad, la solidaridad, la comprensión, el compañerismo van perdiendo protagonismo a favor del egoísmo supino, las malas intenciones, la incomprensión y un intenso egocentrismo. Va ganando la critica malintencionada hacia el prójimo, el rostro afable cuando éste mira y la risa malvada cuando se cansa de observar.

Que necesidad la de algunos de entrometerse en los asuntos que no les competen, introduciendo una mano negra en las decisiones ajenas y condicionándolas, porque la seguridad de algunos se tambalea bajo la mano de éstos y es entonces cuando la decisión cede a la presión.
No ceden ni un solo segundo para la realización de sus propósitos: por ello, sin demora, acechan la oportunidad y rondan el momento, para dejar caer su verborrea cerca de aquellos que quisieran no estar cerca de la sarta de insensateces e incoherencias, cargadas del veneno que destila cada una de las frases pronunciadas por sus labios.

Parecen estar cargados de razones, parecen decir mucho, parecen, pero solo eso: lo parecen. No son razones lo que poseen, sino una intensa sed que nunca se sacia, de marcar la diferencia a través del adorno de los sucesos o el maquillaje de las realidades.

¿Dónde se encuentra el inicio de todo esto: en el pensamiento o en la acción? ¿En su hacer o en nuestra pasividad? En mi opinión es su pensamiento el fundamento de todas esas acciones, y cierto es que, nuestra pasividad no contribuye a que cesen ni a que se detenga esa espiral de "verdades relativas" y mucho menos a evitar que nos convirtamos en quienes nunca quisimos ser.


Por todo ello, a veces me encuentro entre gritos ahogados en la soledad, entre palabras contenidas, y discursos y argumentos cargados de sentido y de sentimiento por mi parte. Gritos ahogados que se quedan en mi garganta y poco a poco van descendiendo hasta convertirse en un nudo de rabia e ira contenidas cada vez más apreciable en mi estomago.

Un número considerable de reflexiones, de criticas, de desilusiones expresadas por el don de la palabra y otros tantos que quedan en gritos ahogados, en simples reflexiones internas. Cuantas cosas quedan aún por decir, cuantas cosas por aclarar, y cuantas otras por demostrar.

Me queda el consuelo y la tranquilidad de que la mentira no perdura eternamente, de que los descubrimientos pueden ser reveladores y de que nuestros gritos ahogados un día serán escuchados...

Esteé

viernes, 10 de septiembre de 2010

Caos

Sonó el despertador a penas un par de horas más tarde de haberme reconciliado con el sueño, aplazado éste, por un torrente de dudas e inquietudes, a las que de momento, no encontraba respuesta. Había llegado el momento de abrir de nuevo los ojos a pesar del intenso deseo de guarecerme de las preguntas, el sueño, las ilusiones, el miedo y el frío bajo las mantas.
Tumbada boca arriba en mi cama y con la mirada fija en el techo de mi habitación, intento evitar los pensamientos y los sentimientos dañinos que revolotean en mi mente, centrándome en los detalles más insignificantes de todo aquello que me rodea.

Es el inicio de un nuevo día sin grandes expectativas, un día en el que las escasas esperanzas se ven mermadas y el ánimo abatido. Este sentimiento aumenta por momentos y llega a su máximo auge, en el momento en que, ya sentada sobre la cama, decido apartar las cortinas de un azul intenso, para dar pie a que la habitación se vea inundada del tono grisáceo de un día sin sol y con una densa niebla.

Doy los primeros pasos del día y sigo sumida en la agonía. Me ahogo entre mis penas y entre el intenso y continuado flujo de ideas, pensamientos y locuras. Centro toda mi atención en mi capacidad de observación, la cual se ve limitada por todo lo anterior y por los intentos del exterior de disfrazar su verdadero color.
Al igual que la ciudad se pierde en la niebla, las personas continuamente se esfuerzan por esconder lo qué son, cómo son y quiénes son. Se trata de la perfecta máscara diseñada para el engaño, se trata de sus rostros con expresiones ajenas, que no les pertenecen, usurpadas y utilizadas para la patraña.

Y de este modo se siembra el caos por dónde quiera que pasen:

Ellos preocupados de que no se caiga la máscara, de mantener la postura y de maquillar cada frase con los matices adecuados para la ocasión
Atentos a cuanto digo y a cuanto hago, dispuestos a abalanzarse sobre mi para que perdure su imagen pública, su boceto de ellos mismos con líneas irregulares y para ocultar su fuerte egocentrismo al que le es indiferente lo demás.

Por mi parte, siempre alerta: atenta a cada imagen, a cada sonido, a cada contacto para que el tacto, el oído y la vista me revelen y desenmascaren cada engaño. Dispuesta a acabar con las simulaciones de lo socialmente aceptable, llevadas a cabo por una sociedad agotada de fingir ser quienes no son.

Crece el caos en mi interior, la inseguridad de topar con la mentira que eclipsa a la verdad, mientras distintas voces de mi misma conciencia se debaten entre lo activo y lo pasivo, entre la lucha o la indiferencia.
Pero una no es rival para la otra, no ofrece batalla y por ello voy a cara descubierta, sonriendo cuando lo siento e inexpresiva cuando lo requiero.

No me envuelve la niebla y aunque es difícil apaciguar el caos interno se quien soy y no agoto hasta el último de mis esfuerzos en aparentar ser quien no soy...

Esteé