viernes, 10 de septiembre de 2010

Caos

Sonó el despertador a penas un par de horas más tarde de haberme reconciliado con el sueño, aplazado éste, por un torrente de dudas e inquietudes, a las que de momento, no encontraba respuesta. Había llegado el momento de abrir de nuevo los ojos a pesar del intenso deseo de guarecerme de las preguntas, el sueño, las ilusiones, el miedo y el frío bajo las mantas.
Tumbada boca arriba en mi cama y con la mirada fija en el techo de mi habitación, intento evitar los pensamientos y los sentimientos dañinos que revolotean en mi mente, centrándome en los detalles más insignificantes de todo aquello que me rodea.

Es el inicio de un nuevo día sin grandes expectativas, un día en el que las escasas esperanzas se ven mermadas y el ánimo abatido. Este sentimiento aumenta por momentos y llega a su máximo auge, en el momento en que, ya sentada sobre la cama, decido apartar las cortinas de un azul intenso, para dar pie a que la habitación se vea inundada del tono grisáceo de un día sin sol y con una densa niebla.

Doy los primeros pasos del día y sigo sumida en la agonía. Me ahogo entre mis penas y entre el intenso y continuado flujo de ideas, pensamientos y locuras. Centro toda mi atención en mi capacidad de observación, la cual se ve limitada por todo lo anterior y por los intentos del exterior de disfrazar su verdadero color.
Al igual que la ciudad se pierde en la niebla, las personas continuamente se esfuerzan por esconder lo qué son, cómo son y quiénes son. Se trata de la perfecta máscara diseñada para el engaño, se trata de sus rostros con expresiones ajenas, que no les pertenecen, usurpadas y utilizadas para la patraña.

Y de este modo se siembra el caos por dónde quiera que pasen:

Ellos preocupados de que no se caiga la máscara, de mantener la postura y de maquillar cada frase con los matices adecuados para la ocasión
Atentos a cuanto digo y a cuanto hago, dispuestos a abalanzarse sobre mi para que perdure su imagen pública, su boceto de ellos mismos con líneas irregulares y para ocultar su fuerte egocentrismo al que le es indiferente lo demás.

Por mi parte, siempre alerta: atenta a cada imagen, a cada sonido, a cada contacto para que el tacto, el oído y la vista me revelen y desenmascaren cada engaño. Dispuesta a acabar con las simulaciones de lo socialmente aceptable, llevadas a cabo por una sociedad agotada de fingir ser quienes no son.

Crece el caos en mi interior, la inseguridad de topar con la mentira que eclipsa a la verdad, mientras distintas voces de mi misma conciencia se debaten entre lo activo y lo pasivo, entre la lucha o la indiferencia.
Pero una no es rival para la otra, no ofrece batalla y por ello voy a cara descubierta, sonriendo cuando lo siento e inexpresiva cuando lo requiero.

No me envuelve la niebla y aunque es difícil apaciguar el caos interno se quien soy y no agoto hasta el último de mis esfuerzos en aparentar ser quien no soy...

Esteé

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