Aptitudes tan necesarias como la buena voluntad, la solidaridad, la comprensión, el compañerismo van perdiendo protagonismo a favor del egoísmo supino, las malas intenciones, la incomprensión y un intenso egocentrismo. Va ganando la critica malintencionada hacia el prójimo, el rostro afable cuando éste mira y la risa malvada cuando se cansa de observar.
Que necesidad la de algunos de entrometerse en los asuntos que no les competen, introduciendo una mano negra en las decisiones ajenas y condicionándolas, porque la seguridad de algunos se tambalea bajo la mano de éstos y es entonces cuando la decisión cede a la presión.
No ceden ni un solo segundo para la realización de sus propósitos: por ello, sin demora, acechan la oportunidad y rondan el momento, para dejar caer su verborrea cerca de aquellos que quisieran no estar cerca de la sarta de insensateces e incoherencias, cargadas del veneno que destila cada una de las frases pronunciadas por sus labios.
Parecen estar cargados de razones, parecen decir mucho, parecen, pero solo eso: lo parecen. No son razones lo que poseen, sino una intensa sed que nunca se sacia, de marcar la diferencia a través del adorno de los sucesos o el maquillaje de las realidades.
¿Dónde se encuentra el inicio de todo esto: en el pensamiento o en la acción? ¿En su hacer o en nuestra pasividad? En mi opinión es su pensamiento el fundamento de todas esas acciones, y cierto es que, nuestra pasividad no contribuye a que cesen ni a que se detenga esa espiral de "verdades relativas" y mucho menos a evitar que nos convirtamos en quienes nunca quisimos ser.
Por todo ello, a veces me encuentro entre gritos ahogados en la soledad, entre palabras contenidas, y discursos y argumentos cargados de sentido y de sentimiento por mi parte. Gritos ahogados que se quedan en mi garganta y poco a poco van descendiendo hasta convertirse en un nudo de rabia e ira contenidas cada vez más apreciable en mi estomago.
Un número considerable de reflexiones, de criticas, de desilusiones expresadas por el don de la palabra y otros tantos que quedan en gritos ahogados, en simples reflexiones internas. Cuantas cosas quedan aún por decir, cuantas cosas por aclarar, y cuantas otras por demostrar.
Me queda el consuelo y la tranquilidad de que la mentira no perdura eternamente, de que los descubrimientos pueden ser reveladores y de que nuestros gritos ahogados un día serán escuchados...
Esteé
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